sábado, 13 de octubre de 2012


“…cuanto más nuestra ánima se halla sola y apartada, se hace más apta para se acercar y llegar a su Criador y Señor, y cuanto más así se allega, más se dispone para recibir gracias y dones de la su divina y summa bondad”. (San Ignacio, Anotación 20).
En un primer momento
el silencio es pura privación,
carencia, hueco molesto,
arrancarse de actividades y personas
que llenaban.
El silencio se percibe
como inútil, aburrido,
pérdida de tiempo.
Lleno del eco confuso
de las cosas dejadas atrás,
es exigencia de compañía,
de actividades.
Si se sobrepasa este momento,
el silencio se hace palabra.
Los fantasmas escondidos
empiezan a salir a la luz
y a gritar sus exigencias.
Antes trabajaban desde la clandestinidad,
enmascarados en las actividades,
proyectos y personas,
y pasaban casi desapercibidos.

Pero también la vida retada
empieza a brotar más firme,
más honda, y nos sorprende
la profundidad ignorada
que surge de nosotros mismos,
desde nuestra apertura al infinito.
El silencio se transforma en lucha
cuerpo a cuerpo,
entre los fantasmas con su ejército de miedos
y las exigencias nuevas de una libertad inagotable.
El silencio es tenso,
implacable, decisivo.
En la lucha algo de mí muere,
algo vuelve a ser clandestino,
algo nuevo se afirma
marcado todavía por los rasgos de la agonía.
El silencio ha cristalizado
en un gesto de reposo sabio,
hecho de certezas infinitas,
de vida recién nacida.
El silencio se ha revelado una presencia,
sereno estar en una compañía,
que me abre el espacio
de su amor discreto
donde se hace consistente mi armonía.
El silencio se hace silencio pleno,
confiado, alegre, reposo y estrenado.
El silencio es palabra agradecida.

(Benjamín Gonzalez Buelta, SJ)

sábado, 26 de mayo de 2012

Pentecostés en comunidad

Ahora, que Cristo ha resucitado,
se ha llenado con su Espíritu la ausencia,
incluso en nuestros rincones más remotos.
Ya no podremos, por tanto, decir
que estamos solos y perdidos;
sino que tendremos que hacernos
compañeros de Emaús.
Y podremos caminar firmes,
bajo el sol recio de la rutina
y también en medio de la niebla incierta.
Hermano que me escuchas,
¿Quieres ahora caminar conmigo?

Ahora, que Cristo ha resucitado,
Dios se nos ha hecho agua:
invisible, fresco e imprescindible.
Y cuando tengamos ocasión de acariciarle
ya se nos estará escapando
libre por entre los dedos.
Pero tendremos muchas ocasiones
de reconocerle como tal agua,
habitando todas las cosas y las personas.
Hermano que me escuchas,
¿Quieres que busquemos juntos nuevas aguas?

Ahora, que Cristo ha resucitado,
el Espíritu se ha hecho fuego,
como en la noche de Pentecostés.
Y abrasará los rastrojos de nuestros miedos,
transformará nuestras dudas en opciones,
y se propagará rápidamente por la comunidad.
Quedaremos, eso sí, desnudos y en barbecho:
sin privilegios, sin prejuicios, sin perezas;
pero nos mantendremos abiertos a las primaveras.
Hermano que me escuchas,
¿Podemos quemar juntos nuestros rastrojos?

Ahora, que Cristo ha resucitado,
de Jesús sólo nos queda su luz:
suave, delicada y omnipresente.
Atraviesa suavemente nuestras sombras,
evidencia nuestras dobleces,
esquiva nuestras corazas.
Y quiere hacernos portadores de su luz
para tantas plantas que aún languidecen,
para tantos ciegos que aún esperan.
Hermano que me escuchas,
¿Quieres ser conmigo testigo de la luz?

Ahora, que Cristo ha resucitado,
el Hijo del Hombre es el hijo de todo hombre.
Él ha dignificado a todos
empezando por los últimos,
por los que sólo le tienen a Él.
Tendremos, entonces, que buscarle
con cualquier apariencia y en cualquier lugar.
Una búsqueda eterna desde una certeza perenne.
Hermano que me escuchas,
¿Nos reconocemos, ahora, hijos del mismo Hombre?

lunes, 20 de febrero de 2012

Oración de la roca

Una vez, en un retiro largo (Ejercicios de 8 días) alguien me preguntó quién era Dios para mí. Y aunque yo era muy joven, encontré algunas palabras para expresarlo. Son muchas, pero en todo caso insuficientes...


Y quieren que explique
lo que Tú eres para mí.
Pretenden que esboce si acaso
algo de lo que representas.
Y tengo que decir que Tú eres
quien sostiene mi alegría, el que,
cada mañana, enciende mi esperanza.

Eres lo que de poesía tiene mi vivir
Lo más dulce, lo más tierno.
Quien fue grabando en mí los ideales,
y los alienta, y los refuerza,
como un Padre que educa y anima.

Eres también, Señor,
el refugio de mis miedos,
y el consuelo de mis sueños rotos.

Eres comprensión,
pero además y sobre todo
eres la fuerza que me devuelve al mundo,
compañía en la dificultad,
palabra cuando no sé qué decir.
Como posada para una sola noche,
que te retorna a la batalla
en la que te hirieron,
a la que siempre puedes
volver a descansar.



Tú eres, ante todo,
el Justo, el “de todos”.
Quien derrocha humanidad,
alegría y vida
en los que casi todos menosprecian.
Quien tiene su gloria en los menores
y su orgullo en los humillados.
El verdadero, el auténtico, el sincero.
Quien me saca de mis razonables razones
que pretenden justificar
mis injustificables.
Eres también la rabia,
la sana y santa rabia
de quien ve demasiado y no lo aguanta.
Y gimes cuando otros lloran
y eso delata lo mucho que te importan.

Tú eres el guardián de mis días,
quien espera paciente mi vuelta a casa
y, entre tanto, va tejiendo
el proyecto de mi vida.
Siento que mis días, mi historia,
han estado bien guardados
bajo tu almohada.

Hoy más que nunca quiero cantar
que tú eres el Creador, el Artista.
Eres Tú
quien acaricia con el sol los montes,
quien baña de estrellas la noche,
quien modela las plantas
y sostiene las aves.
Eres tú quien dibuja en todos
su mejor sonrisa
quien saca del hombre
su escondida humanidad
y quien hace una orquesta
con las almas sencillas.
Eres quien pone el brillo
en la mirada del inocente
y el que esculpe el rostro
arrugado de la anciana.

Y no puedo por menos que proclamar
que eres también el “sin límites”
el que da sin medir
ni lo que tienes ni lo que el otro se merece.
El que nunca guarda nada para sí
volcándote en todo y en todos.

Eres también, Señor, y aunque me duela,
el no escuchado.
Eres la recta intención
cuestionada y dudada,
objeto de desconfianza
cuando no de indiferencia.
El amor no correspondido,
el sabio ignorado
por los que creen bastarse
con ellos mismos.

Eres para mí, en definitiva,
el imprescindible.
Sin lo que mi existir sería vano
y mis días pasados no tendrían explicación.
Eres sólo tú, paradójicamente,
quien me hace ser yo mismo.
Porque eres tú mi libertad,
y mi historia y mi futuro,
lo que de vivo tiene hoy mi respirar.

viernes, 13 de enero de 2012

Róbame las palabras

Róbame, Señor, las palabras.
Todas esas palabras vacías de mi vida,
todas esas voces que no son realmente la mía,
todos esos ruidos con los que lleno mi boca
y esconden lo auténtico de mi ser.

Róbame, Señor, las palabras.
Transforma tanta aduladora energía
en búsqueda de Ti en cada esquina
y, hallándote desnudo en lo cotidiano,
sepa arroparte con un "sí" arriesgado.

Róbame, Señor, las palabras.
Aléjalas de mí en tal manera
que ya sólo pueda decirte que te quiero
con el ritmo constante e insaciable
de mi día a día.