lunes, 20 de febrero de 2012

Oración de la roca

Una vez, en un retiro largo (Ejercicios de 8 días) alguien me preguntó quién era Dios para mí. Y aunque yo era muy joven, encontré algunas palabras para expresarlo. Son muchas, pero en todo caso insuficientes...


Y quieren que explique
lo que Tú eres para mí.
Pretenden que esboce si acaso
algo de lo que representas.
Y tengo que decir que Tú eres
quien sostiene mi alegría, el que,
cada mañana, enciende mi esperanza.

Eres lo que de poesía tiene mi vivir
Lo más dulce, lo más tierno.
Quien fue grabando en mí los ideales,
y los alienta, y los refuerza,
como un Padre que educa y anima.

Eres también, Señor,
el refugio de mis miedos,
y el consuelo de mis sueños rotos.

Eres comprensión,
pero además y sobre todo
eres la fuerza que me devuelve al mundo,
compañía en la dificultad,
palabra cuando no sé qué decir.
Como posada para una sola noche,
que te retorna a la batalla
en la que te hirieron,
a la que siempre puedes
volver a descansar.



Tú eres, ante todo,
el Justo, el “de todos”.
Quien derrocha humanidad,
alegría y vida
en los que casi todos menosprecian.
Quien tiene su gloria en los menores
y su orgullo en los humillados.
El verdadero, el auténtico, el sincero.
Quien me saca de mis razonables razones
que pretenden justificar
mis injustificables.
Eres también la rabia,
la sana y santa rabia
de quien ve demasiado y no lo aguanta.
Y gimes cuando otros lloran
y eso delata lo mucho que te importan.

Tú eres el guardián de mis días,
quien espera paciente mi vuelta a casa
y, entre tanto, va tejiendo
el proyecto de mi vida.
Siento que mis días, mi historia,
han estado bien guardados
bajo tu almohada.

Hoy más que nunca quiero cantar
que tú eres el Creador, el Artista.
Eres Tú
quien acaricia con el sol los montes,
quien baña de estrellas la noche,
quien modela las plantas
y sostiene las aves.
Eres tú quien dibuja en todos
su mejor sonrisa
quien saca del hombre
su escondida humanidad
y quien hace una orquesta
con las almas sencillas.
Eres quien pone el brillo
en la mirada del inocente
y el que esculpe el rostro
arrugado de la anciana.

Y no puedo por menos que proclamar
que eres también el “sin límites”
el que da sin medir
ni lo que tienes ni lo que el otro se merece.
El que nunca guarda nada para sí
volcándote en todo y en todos.

Eres también, Señor, y aunque me duela,
el no escuchado.
Eres la recta intención
cuestionada y dudada,
objeto de desconfianza
cuando no de indiferencia.
El amor no correspondido,
el sabio ignorado
por los que creen bastarse
con ellos mismos.

Eres para mí, en definitiva,
el imprescindible.
Sin lo que mi existir sería vano
y mis días pasados no tendrían explicación.
Eres sólo tú, paradójicamente,
quien me hace ser yo mismo.
Porque eres tú mi libertad,
y mi historia y mi futuro,
lo que de vivo tiene hoy mi respirar.