con su moneda y sus tesoros.
Él toma la iniciativa;
pero necesita mi colaboración
(ir, pescar, abrir bocas de peces, volver, pagar...)
Él está libre de este mundo;
pero quiere que aprendamos
a jugar con las reglas de esta tierra.
Él hace, en definitiva, el milagro;
a mí me corresponde el trabajo.
Él ha querido –y yo me he dejado-
que no haya más “Él” ni “yo”,
sino sólo el correr una misma suerte,
el contemplar un mismo horizonte,
el vivir en una sola compañía.